Jesús mío, hermoso niño

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Jesús mío, mi amor, mi hermoso Niño,
te amo tanto... Tú lo sabes,
Ven a mí, Niño mío; ven a mis brazos,
ven a mi corazón, reclínate sobre
mi corazón un instante siquiera,
embriágame con tu amor,
Pero si tanta dicha no merezco,
déjame al menos que te adore,
que doblegue mi frente sobre el
césped que huellas con tus plantas,
cuando andas en el pastoreo de tu rebaño.

Pastorcillo de mi alma, pastorcito mío,
mira esta ovejita tuya cómo ansiosa
te busca, cómo anhela por ti.

Quisiera morar contigo para siempre
y seguirte a donde quiera que fueras
para ser en todo momento iluminada
con la lumbre de tus bellísimos ojos
y recreada con la sin par hermosura de
tu rostro y regalada con la miel
dulcísima que destila de tus labios.

Quisiera ser apacentada de tu propia mano
y que nunca más quitaras tu mano de ella.
Más, quisiera Jesús mío: quisiera posar
mis labios sobre la nívea blancura de tus pies.

Todo tuyo es mi ser, pues de la nada lo creaste,
y me lo diste y otra vez vino a ser tuyo cuando
me redimiste y con el precio de tu sangre
me compraste; y otras tantas veces, hasta
hoy he sido tuyo, cuantos son los instantes
que he vivido pues esta
vida que tengo, tú mismo a cada instante
me la otorgas, la conservas y la guardas.

Por eso, Jesús mío, a ti quiero tornarme,
de quien tantos bienes en uno he recibido.
Tú, pues serás, de hoy más mi dueño único.
Tú el único amado de mi alma, porque sólo
tú eres mi padre y mi hermano y mi amigo;
y solo tú eres mi rey, y creador y redentor,
y tú solo mi Dios y mi soberano Señor.

Dulce Jesús mío Divino Niño de mi alma:
dime una vez más que sí me amas y dame
en prenda de amor, de amor eterno,
tu santa bendición. En el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.


Amén