Sobre la oración

Autor: San Buenaventura

 

 

«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante dentro de ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos.
Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus
inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve tras él. Di a Dios: Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro».

«Siéntate solo y en silencio. Inclina la cabeza, cierra los ojos, respira dulcemente e imagínate que estás mirando a tu corazón. Dirige al corazón todos los pensamientos de tu alma.

Respira y di: Jesús mío, ten misericordia de mí. Dilo moviendo dulcemente los labios y dilo en el fondo de tu alma. Procura alejar todo otro pensamiento. Permanece tranquilo, ten paciencia y repítelo con la mayor frecuencia que te sea posible. Es necesario acostumbrarse a invocar el nombre de Dios más que a respirar, en todo lugar, en todo tiempo, en todas las necesidades. El apóstol dice: Orad incesantemente. Con esto nos enseña a acordarnos de Dios constantemente en toda acción o gesto»


«Enséñame, oh Dios, ese lenguaje silencioso que lo dice todo.
Enseña a mi alma a permanecer en silencio en tu presencia.
Que pueda adorarte en las profundidades de mi ser y esperar todas las cosas de Ti, sin pedirte nada más que la ejecución de Tu voluntad. Enséñame a permanecer callado bajo Tu acción y producir en mi alma esa profunda y sencilla oración que nada dice y lo expresa todo. Ora Tú en mí para que mi oración tienda siempre a Tu gloria y que mis deseos estén siempre fijos en Ti».


«Condúceme, luz discreta, a través de las tinieblas que me rodean. Condúceme siempre más adelante. Guarda mis pasos.
Yo no pido ver ya lo que se debe ver allá abajo. Un solo paso cada vez es bastante para mí. Yo no he sido siempre así, ni he orado siempre para que tú me condujeses siempre más adelante. Me gustaba escoger y ver mi camino. Pero ahora, ¡condúceme, tú, siempre más adelante! ¡Tu poder me ha bendecido tanto! Ciertamente él sabrá aún conducirme siempre
más adelante. Guiarme por landas y terrenos pantanosos, sobre rocas abruptas, y bajo la riada del torrente, hasta que la noche haya desaparecido… Condúceme, luz discreta, ¡condúceme siempre más adelante!»


«Señor, ve delante de nosotros para guiarnos, detrás de nosotros para empujarnos, debajo de nosotros para llevarnos, encima de nosotros para bendecirnos, a nuestro lado para protegernos, permanece en nosotros para que en el espíritu, de cuerpo y alma, te sirvamos para gloria de tu nombre».


«Señor, Pastor nuestro: Te damos gracias por tu Palabra eternamente nueva, verdadera y poderosa. Nos duele no escucharla con la debida frecuencia o que cuando la oímos la tergiversemos por nuestro embrutecimiento. Te rogamos que la mantengas en nosotros y a nosotros en ella. Vivimos por tu Palabra. Sin su luz nuestros pies no encontrarían apoyo. Por ello necesitamos que nos hables una y otra vez; y por ello confiamos en que querrás seguir haciéndolo como lo has hecho hasta
ahora».

No descuides tu oración, cuida tu amistad con El .