Oración ante el Cristo del Perdón.

Autor:  Antonio DÍAZ TORTAJADA (Sacerdote-periodista)
 

Señor:

Alrededor de la cruz el grito del hombre que clama: muerte.

A los pies de la cruz: presencias de amor y vida.

Y en la cruz agonizando: el Justo.

Quien fuera aclamado y recibido triunfalmente

muere en la soledad más estremecida.

¿Dónde estaban los que lo aclamaban?

Ayer y hoy siempre hubo formas de neutralizar

 y manipular a las multitudes…

Y tenemos a Cristo en la Cruz,

abandonado prácticamente de todos,

aparentemente hasta de su propio Padre .

Había hablado largamente durante la cena del jueves

Y camino del huerto de los olivos.

Y calla.

Condenado a muerte se encierra en un gran silencio,

Solo roto por breves frases.

La fatiga le ahoga.

¿Qué mejor respuesta a la injusticia que el silencio?

Y vio como pasaba la primera hora.

El espectáculo comenzaba a cansar,

Y piensa en sus enemigos:

“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”

¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?

¿Hasta setenta veces?

-- Setenta veces siete.

Es decir, siempre, a todos, en todas partes.

Y si al presentar mi ofrenda ante el altar de Dios,

me acordaré que mi hermano tiene alguna causa contra mí,

yo dejaré allí mi ofrenda e iré primero a reconciliarme con mi hermano.

Y debemos perdonar

no por la satisfacción de perdonar

ni por la gratitud de los hombres a quienes perdonamos,

sino por acercarnos a Jesucristo,

a la alta cumbre de su Evangelio,

donde se enarbola sobre sus enseñanzas,

como una bandera de paz,

su palabra,

que es caridad y perdón.

El perdón es una de las facetas del amor.

es cuando la caridad desciende

desde su alta atalaya y se hace sencilla, suave y mansa.

“Yo perdono, Señor, fiel a tu palabra

para que en el atardecer cansado de mi vida

no me encuentre culpable de no haber amado.

Ante la gran ofensa que te hicimos los hombres

palidecen las débiles ofensas que me hacen.

A los que me crucifican lentamente,

a los que me persiguen y maltratan,

desde lo alto de mi pequeña cruz yo también los perdono,

Señor, y como Pedro guardo mi espada refulgente,

porque en tu Reino sólo

penetran los mansos,

los que no atizaron el fuego del deseo de odio y de venganza

en las jornadas lentas y agobiantes de nuestra historia. Amén